En las planicies cercanas a un gran río vivía Aaron, un hombre que presumía de haber seguido siempre fielmente la voluntad de Dios. Iba al servicio cada domingo, leía la Biblia y no cometía ningún acto que considerara pecaminoso. Se consideraba a si mismo un hombre justo y merecedor de la recompensa del Señor.
Y sucedió que una primavera hubo grandes riadas y el río junto a su casa creció y creció llenando lentamente la planicie. Fue cubriendo las riberas, las carreteras y llegó hasta las poblaciones. Y de forma lenta pero continuada iba inundando todo lo que encontraba a su paso hasta que llegó a las cercanías de la casa de Aaron. El hombre que se consideraba justo contempló desde su porche como todos sus vecinos abandonaban sus casas, mientras él rezaba al Señor.
Y el agua continuó subiendo. El hombre que se consideraba justo tuvo que subir al tejado de su casa, el único lugar no cubierto por las aguas en todos los alrededores. Y allí rezó y rezó para que Dios le salvara. Entonces oyó un gran ruido, vio como se abrían los cielos, pero lo que descendió no fue un ángel, sino un helicóptero que se acercó a él para rescatarlo. Irritado por su decepción, rechazó su oferta y mientras el agua seguía subiendo gritaba: "No necesito más refugio que el Señor. Mi Dios me salvará" Aún lo repetía mientras se ahogaba.
Cuando recuperó la conciencia se encontró en las puertas del Cielo frente a Dios. Y aún irritado por no haber sido salvado, increpó a Dios con estas palabras:
¿Cómo has podido fallarme de esta manera, Señor? Yo que sólo he vivido por ti. Yo que renuncie a todos los placeres y a cualquier sospecha de pecado para ser justo. Y en el momento de apuro no me ayudaste. ¿Por qué, Señor, por qué?
Y Dios, contemplándolo lleno de amor le contestó:
¡Ay, Aaron, Aaron! Ya lo intenté. Te envié un coche, luego te envié una barca y finalmente te envié un helicóptero. Los rechazaste todos. ¿Cómo querías que te salvara si no supiste reconocer como te tendía mi mano?
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